¿LOS SUEÑOS… SUEÑOS SON?



Por Lázaro Benítez Díaz

Recurrente la idea del sueño a lo largo de la historia del arte, llevada a la literatura, al teatro, la plástica y la danza. Ese inexplicable mundo que sucede, a veces, por dos minutos y en otras ocasiones, toda la vida. El Ballet Folclórico Cutumba, bajo la dirección artística de Idalberto Bandera, vuelve sobre esta obsesión con la pieza El elegido de un sueño. Obra que conformó la lista de las funciones presentadas en el Taller de la Crítica de Santiago de Cuba.
El panorama danzario de nuestro país cada vez es más estrecho: menos estrenos; menos bailarines por el gran éxodo; menos coreógrafos y poéticas. Queda entonces la ardua tarea de acompañar las contables producciones que surgen y puedan formar parte de espacios de diálogo.
El santiaguero teatro Martí fue el escenario de ritmos, colores, festividades y preocupaciones sociales. La propuesta viene acompañada de varias manos, eso le permite una variedad y multiplicidad de lenguajes, elemento clave en el buen desempeño y acogida  de esta. La concepción coreográfica es de Danger y Adrían Limonta. La asesoría dramatúrgica de Pascual Díaz y Bartelemí Rojas.
Un vendedor de flores entra desde el fondo de la platea, interactúa con los espectadores, regala flores, tira un pasillo y sube al escenario. Este acto provoca una relación de intimidad con los espectadores, ejercicio de relaciones directas donde el intérprete queda abierto ante el público folclórico. Es esto lo que facilita conectarnos con la matriz del espectáculo, basada en nuestro tiempo, nuestra gente y sus conflictos generacionales.
Juan Carlos Cabrera asume el personaje del vendedor de flores, maneja inteligentemente ese primer encuentro con el público, espacio que sólo se vuelve a repetir al finalizar la puesta, cuando todos los bailarines vuelven a platea y convocan a los espectadores a un gran carnaval. A un lado y desde la platea, la orquesta, produciendo un panorama de ritmos tradicionales fusionados con el Caribe.
Irrumpe en la escena una diversidad de bailadores callejeros, cuerpos, figuras con vestuarios típicos de la generación del siglo XXI con shorts cortos, camisetas, pantalones jeans, etc. Encuentro entre el hombre que defiende las tradiciones populares (el vendedor de flores) y una generación galopante de otras tradiciones como el Reguetón, el Street dance, el Trap. Es ahí donde sucede el primer choque cultural. Centro de conflicto que luego se diluye en el desarrollo de la obra.
La pieza tiene como núcleo un sueño. El Vendedor se queda dormido y entra a un mundo donde se desconoce a sí mismo, es el de sus antepasados que sufren una traición. Queda elegido por el Adivino para encontrar la paloma de Obatalá que le fue robada por Tualengo.
Entre tradiciones cubanas y foráneas se teje el entramado cultural de la puesta, es bastante amplio y rico. Lo más sorprendente es que no llevan a la escena el foco folclórico, indagan, exploran otras maneras de contar y danzar, tomando como base lo tradicional pero fusionándolo con nuevas expresiones. Detrás de todo el entramado está la pregunta ¿qué entendemos como folclore? Quizás la pieza epata al practicante que va al teatro para ver a sus orishas representados y que se cuente tal cual las historias conocidas. Pero la escena no media entre el foco folclórico y la puesta, genera ideas, cuestionamientos y respuestas.
Logran concebir de manera orgánica los momentos de danza moderna. Por lo general las compañías folclóricas añoran las líneas, las puntas y la estilización de manos, propias de la danza moderna y el ballet. Sin embargo, Cutumba subvierte esta idea y se centra en el trabajo de las contracciones, los giros y producción de imágenes.
La escena del cementerio es una de las más logradas y completas. La Bruja Aizan es la que rige la necrópolis, por primera vez veo en la escena folclórica la idea de expandir los horizontes y conectarse con otras tradiciones. En este caso, la Catrina mexicana, con el nombre de Aizan dialoga con nuestro folclore.  Aizan recibe de manos de Tualengo la paloma robada a Obatalá. 
La paloma blanca es un símbolo de estabilidad emocional, económica y de salud, así lo enuncian los practicantes de la Regla de Ocha.
El Vendedor logra resolver todo el conflicto, entrega la paloma a Obatalá y le da estabilidad a las tierras africanas y todo termina en una gran celebración, ese estabilidad también se la propociona a sí mismo. El suceso que da inicio al sueño es el rechazo de una mujer (Ariatna Aité Machado) que se resuelve dentro del sueño. En la fantasía ella se presenta como la paloma y luego como mujer. 
Queda el final un poco endeble ante la poesía y el tempo que vienen manejando, una ruptura, más que pensada, se ve impuesta. Aún se podía encontrar el cómo solucionar de forma menos directa y brusca el conflicto.
Es la pieza El elegido de un sueño un intento por renovar el folclore, expandirlo. Se interesa por llenar sus salas de jóvenes, tocar con sus preocupaciones a una generación que frecuenta cada vez menos el teatro. Ubica en un mismo espacio diferentes tiempos, contextos, culturas y las hace dialogar. Encuentra caminos y nos hacen pensar en nuestra realidad cotidiana, donde se entrecruzan tradiciones diferentes en un panorama armónico. El elegido de un sueño es un acto que sumo a la lista de creaciones folclóricas inquietas.

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