Por Lázaro Benítez Díaz
Luego
de 105 años, DCC se inserta en la larga lista de compañías que se han inspirado
en el rito nijinskiano para construir su propia versión. Esta pieza, con
coreografía de los franceses Christophe Béranger y Jonathan Pranlas, reafirma
la calidad de nuestros bailarines y su capacidad de adaptarse a cualquier
lenguaje coreográfico. No es coincidencia que se estrene en mayo como parte de
la programación del mes de la cultura francesa en Cuba.
La consagración de la primavera, desde su premier el 29 de mayo de
1913 por los Ballets Rusos en París, prometía convertirse en punto sagaz de la
historia y así lo hizo. Ha sido una de las piezas más reinterpretadas y
adaptadas desde su creación hasta la fecha; importantes compañías del mundo se
inspiran en la idea del sacrificio y la partitura de Igor Stravinsky para
construir un discurso acorde a su tiempo.
Con
el título de Consagración, el
público capitalino asistió a uno de los sucesos más importantes dentro de
nuestro panorama danzario. Es un reto musical poder ejecutar en vivo la
apetitosa y rupturista música de Igor Stravinky. A su vez es un reto
coreográfico dialogar con el paradigma que es La consagración de la primavera cuando se
tienen tantos referentes. Si bien la coreografía expone grandes valores, no
supera la energía, atmósfera y rigor musical que lograron los instrumentistas
bajo la batuta de Giovanni Duarte.
Las
versiones anteriores refieren, como centro del conflicto, al individuo. El
discurso se personaliza en la imagen de un hombre o una mujer. En su mayoría
una mujer, elegida para el sacrificio primaveral. En esta versión, Christophe y
Jonathan transforman la idea de individuo y la convierten en cuerpos cubiertos
por un velo. No nos permiten ver los rostros de los intérpretes. Los
despersonalizan de cualquier esencia humana, parecen fantasmas, cuerpos sin
rostros que danzan bajo la compleja musicalidad de Stravinsky.
Es
difícil a primera vista determinar los sexos de los cuerpos, esto le permite
una zona de ambigüedad que los coreógrafos recrean en toda la obra hasta la
última escena. La ambigüedad también se reafirma en las calidades y los
movimientos que realizan, definiéndose en tres estilos: lo neoclásico,
folclórico y contemporáneo.
La
utilización de esta variedad de estilos le permite una pluralidad de imágenes a
la puesta, aunque en ocasiones redunda la reiteración. El sacrificio, hasta
esta versión, se realizaba a la tierra. En Consagración,
se subvierte esa idea y los bailarines más que danzar en el suelo, vuelan. Los
saltos, avanzadas y desplazamientos exponen la levedad de los cuerpos y los
movimientos. Buscan conectarse con símbolos de nuestra cultura con movimientos
referidos a Changó u Oshún íntimos, concentrados, más conectados con la idea de
ritualidad que tratan de desarrollar en la coreografía. Lo restante es una
mezcla del buen danzar con imágenes, sin mucha carga conceptual. Aquí, más que
preocuparte, buscan ocuparte, tratando de descubrir qué se esconde bajo el
velo. Detrás, está lo cultural, las limitaciones de un discurso que descubre el
torso de los hombres y cubre el de las mujeres.
La
segunda parte, conectada con la original, está dedicada al sacrificio. Los
intérpretes descubren sus rostros, se personalizan en una gran fila de cuerpos
igualados, para abrir una danza individual, eufórica, de gran dinamismo. Para
el final, queda Adrián Núñez en una suerte de locura corporal donde sus
movimientos van en aumento y son más entrecortados, hasta que los bailarines,
en dos diagonales, lo detienen. Los sacrificados son todos.
Si
bien la pieza de 1913 provocó un alto revuelo con gritos, chiflidos, aplausos,
descontentos por parte de la sociedad conservadora y los románticos, esta queda
en el plano de la conformidad y la belleza coreográfica, se pierde el riesgo.
Queda frágil el sacrificio de transformar lo formal en un acto creativo y
político. Para ello, el cuerpo deja de ser una plataforma para el discurso y se
transforma en el discurso mismo.
Consagración
era una deuda del 2005, tal como lo anuncia el programa de manos. Ahora, es un
acto de reflexión donde los patrones creativos formales privilegian la
coreografía y el supuesto espíritu del cubano cuando danza, su naturaleza
propia, la riqueza de movimientos y la frescura. Es muy difícil no dejarse
seducir por malos espíritus al escuchar a Stravinsky. Cuando esto sucede, sin
dudas, hay que dejarse llevar.
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