Por Ricardo Sarmientoi
Hace unos días recibí la noticia de que mi obra No dirás la
verdad obtuvo el Primer Premio de Teatro de la Fundación Casa de
Teatro, en República Dominicana. La noticia me llegó a través de
una colega que conoce bien la obra y que obtuvo el Primer Premio de
Cuento en la misma edición de este certamen.
Once
de la noche. Estaba en una esquina de Mitte, en Berlín, en
bicicleta. Ya el semáforo había pasado la luz verde dos veces, pero
yo seguía esperando a que se fuera una patrulla de policía porque
las luces de la bicicleta se me fundieron y lo último que necesita
uno a esta hora es una multa.
La
noticia me llegó en el circulito de Messenger, cuando estaba
haciendo tiempo para que se fuera la Polizei, intentando ubicarme con
el GPS para no tener que parar más hasta que llegara a mi casa. El
mapa, y encima un 1 rojo. Total. Si la ciudad está desierta. Una
foto borrosa donde está el veredicto de un jurado. Total. Si no me
van a ver. Y yo que no me acordaba ya del premio. Total. Si es como
ir quemando éxtasis con un dinamo y viendo los semáforos porque las
luces son más brillantes, más bonitas. Sudando con diez grados.
Forrado por diez grados.
No
dirás la verdad, que se llamó Y no dirás la verdad y
después se llamó And you won’t tell the truth. Y después,
como el Y no sonaba muy bien en inglés, se llamó You won’t
tell the truth. Porque así era más contundente. Más bíblico.
Más esto es lo que hay. Esto es lo que lleva esa obra y no un
chiquillo cursi con el Y al comienzo. Esa obra, con todos esos
títulos, se empezó a escribir como parte del último taller
coordinado por Elyse Dodgson en La Habana, 2015 o 2016, creo. Se
empezó a escribir en una habitación del hotel Tropicoco, con mi
amiga Taimí Diéguez Mallo en la cama de al lado, discutiendo los
precios de los pollos y las palomas en Jaruco, Jagüey Grande y La
Habana. Qué era más caro, ¿una paloma blanca o una gallina prieta?
Durante
un año, entre cosa y cosa, entre obra y obra, leí cada escena en el
cuarto del ISA con Charles Wrapner. Alrededor pasaba de todo, tanto
relevante como irrelevante, y todo lo que pasaba uno lo sentía con
una intensidad abrumadora, como si cada movimiento de cosa, persona o
animal fuera a determinar rotundamente tu futuro. Que si suspendiste
la carpeta, que si lo tuyo no es la dramaturgia, o lo tuyo debería
ser la teatrología, o tú no sabes ni qué es lo tuyo así que ponte
a averiguarlo para que le des agua a la situación.
Leímos
juntos cada escena, sentados en un colchón de litera con sábana de
dibujitos de Barney. Siendo extremadamente felices. Porque a Charles
le gustaba la obra, y a mí me gustaba que a él le gustara la obra,
porque si a él le gustaba, entonces la obra era buena. Pero no solo
era buena, sino que a él le gustaba, y eso era, y sigue siendo, muy
importante.
Traducciones
iban y venían. Sugerencias. Preguntas. Un proceso sobre cómo
aprender a explicarle tu mundo a una persona que no conoces. Cómo
debería un auténtico joven autor cubano mostrarle el auténtico
mundo actual cubano a un auténtico extranjero londinense. Y así,
estableciendo negociaciones, entreviendo expectativas, definiendo
autenticidades, soñando con un sistema del éxito y la producción
que todavía no te hace entender que el deber ser del auténtico
joven autor cubano es desechable, y está bueno para una temporada
pero ya, pipo, bájale la parada… así terminé de escribir una
obra que me siguió gustando, a mí y a mis colegas. Un proceso donde
no todo fue el deber del auténtico autor, sino también de entender
cómo funcionaban los demás, cuáles eran sus deseos, sus
expectativas, sus formas de moldear ideas y diálogos. Cómo vender
algo, por qué vender algo, por qué DEBER vender algo, y qué pasa
si no me da la gana vender algo, pero igual quiero ser parte de un
sistema del éxito y la producción.
Como
parte final del proceso, recorrí Centro Habana buscando palomares,
referentes físicos, visuales, para explicarle a un londinense qué
es un palomar. Encontré en la azotea de un edificio un palomar que
era un piso entero. Y no cualquier palomar, sino el palomar ideal
para mi obra, porque allí se criaban tanto pollos como palomas, y
además curieles y puercos. Era una finca más bien, pero con
estructura de palomar. Lleno de candados, rejas, aserrín, bombillos,
y perros que dormían afuera en la azotea. Un sistema de seguridad
muy bien montado que por poco me cuesta tremenda mordida de perro y
un dueño muy bravo pensando que yo estaba haciendo fotos por debajo
de la puerta del palomar para venir a robarle o para echarlo palante
con alguien y tumbarle el negocio. Pero de alguna manera le expliqué
que yo estaba escribiendo una obra y que su palomar era especial
porque era el escenario específico para la obra y, es más, yo
estaba empezando a hacer cine y estaba buscando locaciones para una
película y su palomar era el idóneo… con lo que el dueño calmó
al perro y me invitó a un café y antes de irme me dijo, espérate,
ven acá, tírame una foto a mí con el palomar. Porque el palomar ya
no era más un objeto, una construcción, nunca lo fue. El palomar
era un organismo vivo que empezaba a tener expectativas y todo.
El
inglés recibió las fotos, y dijo thank you.
Después,
una lectura dramatizada en la sala Llauradó donde Edel empezaba con
la cabeza dentro de un cubo y al final Laly le tiraba un vaso de agua
en la cara a May, porque May se salió del plato. La gente aplaudió.
A la gente le gustó aquello. Después de eso, me acuerdo de un actor
que me estaba dando vueltas pero yo nunca me di cuenta de nada,
preguntándome si había modo de tener un documento oficial como
parte del taller que ellos habían pasado con Celdrán, para ponerlo
en sus currículums. Yo hasta hace un año seguía sintiéndome mal
porque qué le iba a dar al actor para su currículum. Una
experiencia conmovedora, tanto que incluso salió una nota de prensa
en un periódico nacional, en la misma página donde escribían Frank
Padrón y el de La Séptima Puerta, hablando de las lecturas
dramatizadas del taller del Royal Court Theater en La Habana.
Esperábamos
ansiosos cuáles serían las obras leídas en Inglaterra. Un atentado
terrorista en Londres sacudió al mundo. Imágenes de flores y
multitudes llenaron los periódicos. Un correo dándome un feedback
de la versión final de la obra, hablando de que a pesar de que era
una buena obra, había un elemento terrorista que no era adecuado.
Así me di cuenta de que durante un año yo nunca había entendido
nada.
La
idea de la película persistió. Intenté buscar fondos para rodar la
película. Sin currículum. Sin experiencia. Sin fondos. Pero
pensando que hacían falta fondos, y nombres, y apoyos. La idea de la
película se frustró, pero le cogí cariño al tema de filmar y
terminé haciendo un cortometraje que me gustó mucho, y que fue
editado en la laptop de Sofia Arango porque la mía era un cacharro.
Yo sé que no viene al tema, pero esto es algo que tengo pendiente
hace unos cuantos años: perdón, Sofía Arango, porque por mi culpa
tu mamá pensó que habías vendido o regalado la laptop.
La
idea de la película se frustró, pero siguió ahí, como buen
sedimento para futuras frustraciones. La obra siguió siendo leída
por mis amigos. Que de pronto me dicen, ¿por qué no la mandas a
algún concurso? Y la obra fue impresa frente al Habana Libre,
noventa pesos cubanos cada ejemplar incluyendo el encuadernamiento, y
fue llevada a concursos, a direcciones postales por toda La Habana.
Fue corregida, también. Algunas palabras, algunas secciones, algunos
temas que a veces a mí mismo me daba miedo hablar, fueron removidos
por completo del texto.
La
obra fue enviada a todo tipo de premios. Premios que pagan poco pero
que publican. Premios que pagan bien y que publican. Premios a los
que no se debe mandar una obra como esa. Premios de los que te
devuelven los ejemplares con el pelito que pusiste entre las páginas
para masoquistamente confirmarle a tu ego que no la leyeron. Premios
Nacionales. Premios prestigiosos y premios no tan prestigiosos. La
obra fue una renta. Si me pongo literal, la obra fueron varias rentas
en impresión y envío. A pesar de cada una de las decepciones, la
obra seguía siendo enviada a más y más concursos. Esperando. A lo
mejor alguien la leía. A lo mejor a alguien le gustaba y me proponía
montarla. A lo mejor alguien me ponía en contacto con alguien más y
pasaba algo con aquella obra.
Escribí
otras obras. Comencé mi proceso de tesis con mi amado Jaime Gómez
Triana, que leyó de todo lo que le llevé, incluyendo esa obra. Y me
preguntó si ya yo no pensaba escribir más obras con personajes
donde hubiese diálogo, situaciones dramáticas tradicionales. Me
preguntaba para hacerse una idea de qué cosa es lo que yo quería
escribir como tesis, y de qué manera aquello iba a ser presentado y
defendido ante un jurado porque yo tenía que graduarme y graduarme
lo mejor posible.
Pero
yo sinceramente no tenía ganas. Porque una obra como esa, en mí,
estaba destinada a dar vueltas de gaveta en gaveta, de mudanza en
mudanza, de concurso en concurso. No solo como texto, sino como todo
lo demás que puede ser una obra. Se veía reducida. Yo mismo veía
muchas obras reducidas, en un contexto donde ganar premios y publicar
el texto consistía en la realización de la obra. Empecé a montar
mis obras y a hacer otras cosas, a encontrarle otro sentido a
inventar con el cuerpo. Pero aquella obra con personajes y escenarios
tales y más cuales era algo que me resultaba muy distante, como
formato, como sistema de producción, y que además dejó de ser
entretenido por completo. Con esta respuesta ya Jaime tuvo
suficiente.
Un
día, un colega se me acercó en el ISA después de clases y me contó
que había sido jurado de un premio, donde leyó mi obra. Esa
obra. Que le había encantado. Que le parecía genial. Lo mejor que
yo había escrito en todo el tiempo que había estado en la
universidad. Que él estaba a favor de esa obra, de premiarla, de
hacerla visible, porque era buena. Pero que no pudo ser así. Que el
jurado determinó que por motivos políticos esa obra no podía tener
el premio, y no solo no podía tener el premio, sino que no debía
ser mencionada de ninguna manera punto y aparte continuamos la
asamblea.
Mi
colega quiso reconfortarme, quiso darme algo bueno, pero solo me dio
más decepción y una mirada de lástima. Poco a poco supe quiénes
eran jurados en otros concursos, y quiénes quizás habían leído mi
obra. Gente que no había visto en par de meses, de pronto les veía
y me miraban diferente. También con esa mirada de lástima en la
cara. Entonces, cuando les veía esa lástima, o esa incomodidad, o
ese algo un poco parecido a la vergüenza que se siente desde una
posición de poder, yo sabía que habían leído la obra. Sostenerle
la mirada a mucha gente fue el combustible que me impulsó a seguir
imprimiendo y mandando esa y otras obras a todas partes. Sostener la
mirada así era una travesura, un pequeño tesoro, un yo sé que tú
sabes y todos sabemos. Sostener la mirada era mi pequeño acto
subversivo ante un sistema que no podía publicar, premiar, mencionar
esa obra. Un sistema donde estaba y estamos jugando, y que además
ahora cuenta con cifras 3 7 0 para hacerlo todo más divertido.
Incluso,
logré ponerme en contacto con el traductor al inglés de ese texto,
quien muy amablemente me proveyó con su espectacular tradición, y
comencé a circular esta traducción en otros ámbitos. Donde, una
vez más, salía la pregunta de muchas personas interesadas en
representar intereses de izquierda en el mundo y por lo tanto se
sentían con derecho a opinar sobre esta obra de un joven autor
cubano que seguía siendo puesto a prueba de autenticidad y lealtad:
qué esperamos de un autor cubano, qué debe ser mostrado respecto a
esto. Costó mucho ir escuchando que las reacciones de la gente
dependían más de sus intereses y sus propios viajes. Que no era yo,
o bueno quizás sí, quizás sí era yo el problema. Que no me tomara
las cosas muy a pecho. Que no era nada personal.
Pero
para mí era muy personal. Sostener la mirada a quien leyó la obra,
a quien sabe de la existencia de la obra, a quien me habla de todo
menos de la obra. Era mi placer y mi brindis por sus miedos y mis
miedos. Una comunión de alcohol de noventa en nuestras relaciones
desabridas, que por alcohólicas no dejaban de estar faltas de sal.
Pero la cosa es que ardiera, que ardiera de algún modo.
En
medio de tantos ejercicios de ego, el mío incluido, imprimir y
enviar la obra y luego encontrarme con posibles jurados que fueran
posibles lectores después del fallo de los certámenes, se convirtió
en un mi pequeño performance, íntimo, y como diría mi abuela, más
personal que el cepillo de dientes. Este performance inédito,
oculto, consciente, me hace pensar en la urgencia por publicar y la
urgencia por escribir. Al punto de estar conforme por no haber
publicado de esa manera, pero aún tener una urgencia por escribir. O
no escribir durante meses porque no tengo ninguna urgencia. O hacer
una obra porque tengo una urgencia. O darles un tour a diez
extranjeros en bicicleta porque tengo una urgencia. O hacer el libro
de Acuario con Martha Luisa Hernández Cadenas porque sí, era lindo
hacer el libro, pero había otra urgencia.
Cuando
recibo la noticia y las felicidades de mis amigos, me pongo triste.
Pienso en que mandé esta obra a este concurso hace como un año.
Estaba poniendo en la obra y el envío postal la misma cantidad de
dinero que necesitaba para pagar el alquiler del mes. Pienso en
Manuel Fortún Manzano que me ha impreso obras y que las ha llevado
por toda La Habana para seguir con mi pequeño performance. Y sigo
irremediablemente triste. Porque claro, la obra es triste.
Anoche
intenté leerla, leí varias escenas. Me puse triste como boleto de
ida sin retorno. No solo porque sea una obra triste, sino por todo lo
que uno ha hecho por y con la obra. Me puse triste por las
decepciones. Por las expectativas. Por los sentimientos encontrados.
Por quien pensó que la obra era sobre el terrorismo. Por la gente
que te dice con lástima que es una obra buena pero no podemos
porque, bueno, tú sabes por qué… Y uno recomiéndose y diciéndose
y a mí qué pinga me importa, a mí qué pinga me hace falta esa
lástima. No la quiero. No me hace bien. No es mi problema.
Pero
sí, sí es mi problema. Es triste recibir este premio y no el otro
donde te dicen qué lástima que no podemos por motivos políticos.
Es mi problema por el mecanismo de que hacen sentir culpable a la
víctima. Te dicen culpable y te dicen, ok, ahora qué vas a hacer,
ahora cómo lo vas a resolver? Escribe otra cosa y juega el juego
literario. Un juego cuya historia, en gran medida, son sus ausencias.
Esos jurados diciendo esos parlamentos. Dolores. Faltas. Alegrías
también. Porque simplemente lo que pasa es que yo soy un tipo triste
y ya. Triste. Maricón y triste. Que me alegro porque tengo gente que
me hacen dialogar y que te dan un motivo para hablar, como ahora.
Porque la gente es el motivo.
Cómo
no lo van a ser, cuando Zuleydis Depekín siempre me ha dado buenas
cosas y nunca ha pedido nada a cambio. Él detesta los premios y los
concursos porque los considera bajos, injustos, fea competencia. Es
un sol, y me sigue felicitando por ganar un premio, aunque yo ande en
el juego bajo injusto y feo de la competencia.
Esas
separaciones, jurados, concursantes, premios, autoridades, policías,
instituciones, censura, leyes, gaceta, ermita, mercado, gremio, donde
quiera y como quiera que uno lo mire, son límites y juegos que uno
sigue jugando, y con suerte, sacando algo bueno de ellos.
Y
a lo mejor tengo que escribirlo. Aunque sea para mí y para mis
amigos. Escribirlo y dejarlo y ver qué pasa.
iRicardo
Sarmiento (1994- Jagüey
Grande, Cuba). Dramaturgo y performer.
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